Y TIEMPO DESPUÉS...
Hace unas semanas os conté la leyenda de Virabhadra, el temible guerrero de la venganza, y dejamos al dios Shiva solo con su dolor por la muerte de su esposa, la diosa Shakti. No quiero acabar el año con la historia sin terminar...así que transportémonos de nuevo a los Himalayas, en una época muy, muy lejana...
En alguna de las asoladas cumbres del Himalaya, en su mansión de Kailasha, pasó días, semanas, años y siglos el dios Shiva en meditación. Sin su compañera, el dios Shiva volvía a ser pasivo, huraño y a no querer saber nada del mundo, ajeno al sufrimiento de los seres y sólo atento a su propio dolor.
Pero lo que Shiva desconocía era que cuando su esposa Shakti perecía entre las llamas pidió al dios Brahma en su corazón que en todas sus reencarnaciones le permitiera ser esposa de Shiva.
No muy lejos de la morada de Shiva había un reino regido por el rey HIvaman y la reina Mena. Tuvieron una niña preciosa a la que llamaron Parvati, hija de las montañas.
Desde pequeña Parvati demostró un enorme amor al dios Shiva y el único anhelo en su corazón era llegar a ser su esposa. Sin embargo, los años pasaban y Shiva continuaba recluido en su morada penando por su esposa.
Un buen día unos sabios mendicantes llegaron a la corte del rey Hivaman y profetizaron que su preciosa hija sería esposa del dios Shiva, Parvati entonces, preguntó a los sabios cómo podía llegar al corazón del dios, cómo conseguiría que él la oyese. Los sabios le aconsejaron que hiciera penitencia de austeridad: Parvati abandonó su casa y poco a poco fue ayunando cada vez más, vagaba por el monte, meditaba y llegó a estar meses comiendo sólo hojas.
Cuando finalmente, Shiva y Parvati se conocieron el amor surgió como una tremenda llamarada, y en el fuego de los ojos de Parvati, Shiva pudo ver el alma de su amada Shakti.
Frente al fuego sagrado unieron sus destinos una vez más, y el cosmos volvió a estar en perfecta armonía.
Vanessa Rodrigo
Responsable de Comunicación D-Danza
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